Valeriano Franco


Abuso 


“Ay de quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mateo 18.6)




La luz nunca amanece,
cuando en el cielo hasta el infierno cabe.


¡Ignoraba yo entonces tantas cosas!
Que el servidor del Templo,
con hambre de codicia,
cuando carne tierna saqueaba
del gozo requería hasta las pieles.


Que impune preparaba,
las armas del reclamo afable.
Que si del fuego del incendio,
eran cautivos sus afanes locos,
sucumbía en la hoguera la inocencia.
En los feroces nidos del infierno
la obscenidad estuvo.


Después de la batida y el derribo,
el pozo del silencio sellaron para siempre.
A nadie persiguieron. De nada hubo censura.
La mesa del banquete, pulida como siempre.
El Cielo, una patena,
nunca jamás se dio por enterado.


Entonces yo era, apenas, el brote de un proyecto,
el perfume que busca el color de su rosa,
ni siquiera el gorjeo del gorrión que aún no vuela.
¿Qué podía saber, cantor en el alero,
de ventiscas, tormentas y huracanes?


Pasados tantos años de cadenas,
siguen torcidas las columnas claves.
¡Fueron tan hondas las heridas¡
Vivas están las cicatrices.
Venganza ya no les reclamo,
pero nunca perdón pues no hay olvido.


Aunque en el tiempo se perdió la ira
y la memoria busca ya reposo,
cuando pretendo levantar el vuelo,
cómo pesan aún las ataduras.



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De las tres edades de Venus



Días aquellos que en la carne ardían
cuerpos con hambre de sudores fieros.
Fue allí el incendio que al hacerse grito,
supe de mieles.


Siempre el rescoldo reavivó la hoguera.
Luces y sombras la fatiga hicieron,
pero en los labios y en las bocas lumbre
cada mañana.


Nada de aquello queda, tu recuerdo
es sin remedio pozo del olvido,
y en la penumbra de mi noche, a penas
luce tu nombre.