María del Mar López Vaamonde









 El destronado


Experto en el oficio de ocultarse,
se esconde en los rincones más oscuros
esperando el momento
de entrar por un resquicio de tu mente.


Una vez dentro, estruja las neuronas.
Te muestra los abismos que creías lejanos.
Te obliga a recorrerlos.


Disfrazarse le encanta,
adecentarse tanto
que apenas te das cuenta
del olor que desprende.
Jugador de ventaja.


Es un mito el estruendo que provoca.
No le hacen falta gritos ni palabras soeces.
Él se acerca despacio y en silencio.
Al diablo le gusta susurrar al oído.



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Miedo


Hay pájaros que nacen en rincones oscuros.
Les cuesta abrir los ojos y se mueven despacio.
Tropiezan, despistados, contra cualquier esquina
y regresan al nido ignorándolo todo:
el sonido del mar al chocar con las rocas,
el tacto de la nieve, el color del crepúsculo.


Pero jamás el miedo ha vencido a la luz.
Se plantearán un día por qué son tan hermosos.
Descubrirán, pasmados, la llamada del viento
y, sin pensarlo, apenas, desplegarán las alas.



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Felicidad



De vez en cuando, solo,
porque el resto
es una sucesión de fotogramas
sin guión ni sentido,
sin final previsible.


Da pereza vestir un personaje
cada día.
Elegir el atuendo,
que combinen el bolso y los zapatos,
maquillar las ojeras
y sobre todo el miedo.


Porque esta historia es para los fuertes,
también para las piedras.


La escena es diferente para el resto.
Son niños en maletas
y rostros abrumados
asomando su angustia a nuestras costas.
Son los bebés que juegan entre escombros,
aquellos que dejaron los mayores
que juegan a otra cosa.


De vez en cuando,
con el mando a distancia
desconecto
y en un simple ejercicio
de amnesia controlada
consigo ser feliz,
apenas un momento.