La cucharilla
Sonó el timbre de la puerta.
No era diferente a otra tarde de verano. El calor no más pegajoso, ni más aplastante que otras veces. Me estaba preparando un agua de cebada, me gusta recordar mi infancia y ese era un buen momento. Tocaron al timbre. Era él. No le esperaba. Pasaba por delante de mi puerta y decidió entrar a saludar. Nunca había sido una persona muy estable pero aquella tarde su mirada era diferente. Se sentó y bajó la cabeza como para coger fuerzas y poner sobre la mesa lo que venía a decirme.
— He pensado en nuestra relación y creo que tenemos un tema pendiente.
Yo no sabía a qué se refería, pero esperé a que terminase de hablar.
— Te decía que llevo tiempo pensando en aquella noche. Había más gente ¿te acuerdas?
— No.
— ¿Cómo has podido olvidarte?
— ¿De qué tarde me hablas?
— No era por la tarde, te he dicho por la noche, no prestas atención.
— Perdona no, no me acuerdo de ninguna noche.
— Siempre crees tener razón.
— ¿Yo?, no, qué va. Simplemente doy mi opinión.
— Pero esa vez te confundiste.
— Te repito que no sé de qué me hablas.
— De poder, estamos hablando de poder, de tener poder sobre los demás.
— Pues ni idea.
— Tú siempre recuerdas todo, no me creo que no te acuerdes.
— Vale, lo que tú digas.
— Yo tenía razón.
— Me alegro.
— No lo creo, no creo que te alegre mi poder sobre ti.
— ¿Tienes poder sobre mí?
— Sí, ¿no lo compartes?
— Por Dios no, ¡rotundamente no!
— ¿Te acuerdas qué estábamos tomando?
— Ni idea.
— Helado.
— ¿Y?
— No tenías cucharilla y me pediste una.
— Mira de verdad, me aburres.
— Te dejé una cucharilla.
—Muy bien, eres educado, te pedí una cucharilla y me la dejaste, gracias.
— Lo que ocurre es que no me la devolviste.
— ¿La cucharilla?
— Exacto ¡te la llevaste! Ves, ya estas recordando.
— No qué va, tú me lo has dicho.
— Sigues sin prestar atención.
— Oye me estas volviendo loco, ¿qué quieres, la cucharilla? Te doy una.
— No, quiero la mía.
— ¡Válgame el cielo! ¿qué te ocurre?
— Que tú tienes mi cucharilla y yo tengo a tu mujer.
— ¿Bromeas?
— No. Te quedaste con mi cucharilla y no te inmutaste.
— No me lo puedo creer ¡estás loco!
Me lancé sobre el móvil para llamarla, estaba confundido, no daba crédito pero…
— No la llames, ya te lo he dicho, la tengo yo.
— ¿Qué quieres?
— Mi cucharilla.
— ¡No la tengo!
Me miró fijamente y se dirigió a la puerta. Yo le zarandeé pero me retiró con un golpe seco.
— Hoy has tenido un mal día.
— ¡Estás loco! ¿dónde está mi mujer?
— ¿Dónde está mi cucharilla?
— Llamaré a la policía.
— Hazlo… y busca mi cucharilla, te quedaste con ella.