Raúl Morales Góngora



La lectura inconclusa



       Caminaba por esas calles tan transitadas del barrio de Lavapiés, donde abundan los pequeños bares, las tiendas de libros usados, las salas de lectura, cuando por un descuido pisé algo y volviendo los ojos me encontré que había invadido el espacio de un vendedor de libros usados, no de libros viejos, porque muchos de los libros no envejecen, a estos los dioses les han conferido la vida eterna.
       El libro que había pisado, era tal vez el más maltratado de todos los que aquel humilde anciano exhibía en su aparador callejero con fondo de baldosas sucias, el vendedor con su ropa llena de cicatrices como sus libros, lleno de polvo de tanto que hay en la atmósfera de una ciudad grande, me agaché y lo cogí y sentí la suavidad y defectos de su papel, como mejilla de persona entrada en años, desde ese momento me dije: 
       La vida me ha traído hasta ti, y quiero que seas mío, su vendedor al igual que yo, no teníamos dinero, le pregunté por el precio y me dijo:
       — Tu voluntad solamente—, busqué y rebusqué, en los bolsillos de los que brotaron varios objetos y solo dos humildes monedas de cobre, extendió su mano y las cogió y agradecido de haber hecho su primera venta, serían las ocho de la tarde.
       Caminé por las calles hasta el barrio de las Letras y sentado en el suelo a la luz de un farol empecé a leer mi libro…, sus páginas habían sido barridas por otros ojos, tal vez hasta acariciadas por muchas manos, se notaban las huellas de quienes habían disfrutado de su lectura, podía escuchar sus risas o llantos al dar vuelta a las páginas, escuchar las meditaciones sobre algún pensamiento. Las historias narradas tenían más de un dueño, yo, las sentía propias, sus frases también describían la existencia de mi libro, y la de otros muchos, estaba llena de vidas, leía y lloraba por el sufrimiento de sus narraciones, tal vez la última que cada día desde entonces trato de leerla y no logro concluirla.
       Mi libro está incompleto, está mutilado de sus primeras y últimas paginas, es imposible conocer el final de su historia.



No se, tal vez sólo era una ilusión o una realidad.
Decía el anónimo autor, en su pequeño prólogo:
“La felicidad, no está reservada para nadie. 
Puede ser tuya, debes de arriesgarte…”