María Sangüesa













Fragmentos: El Quetzal y la jungla



III


Se mece un coatí sobre las vigas,
bailando con el aire de las palmas.
Sigue lloviendo afuera y cada gota,
escribe alguna nota en las acacias.


Resbala un amarillo de mimosas
sobre unas hojas de punab y pimenteros.
Derrama el flamboyán sus rojas flores,
entre el sabal y las palmeras,
mientras mira un x´kok, de pardas plumas,
la hamaca que le sirve de resguardo,
ave canora que silencia trinos,
y espera un despuntar de sol entre las hojas.


Así soñamos arco iris en la selva
y aguardamos que llueva la esperanza
sobre la yerma tierra de aquel mundo,
reseco de soberbia y de ignorancia.



IV



Solloza el cielo en la palapa,
su llanto cae, sobre el cenote,
con su zumbar de dardos ancestrales,
contra el azogue puro de sus aguas.


El viento expande su rugido
─ inmenso espanto de tormenta ─
ahogando aullidos de jaguares,
junto al estruendo de las ranas.


Como un añil mukuy, busco refugio
entre las fuertes ramas de tu cuerpo,
lejos de los peligros de manglares,
bajo el cobijo de tu piel y de tus dioses.



VI



Follaje, inabarcable, de esta fronda,
algarabía de tucanes,
sus gritos se confunden y se enredan
con voz de guacamayos y de cheles.


Quién sabe lo que dicen, sólo hablan
o gritan entre sí, quizá discuten,
mostrando sus plumajes coloridos
─ a ver quién puede más, son casi humanos─
bajo el abrigo de esta jungla.


Evoco el canto del puhuy nocturno,
cuando sólo hay susurros en el aire
que adormece la selva. Y su misterio
es suspiro de dioses y criaturas
acallando sonidos, sobre el techo.


Un vuelo de torcaz, bajo las nubes,
escribe trazos de hermosura en el silencio.
Y Alas de sakpakal me reconcilian
con este parloteo de las aves…
Escucho, miro, siento.
Quizá no todo sea ruido entre sus voces.



VIII


Conmueve descubrir la soledad
que habita las piedras de tu tumba,
prendida en la humedad de las paredes,
pintadas de cinabrio, Reina Roja.


Quizá Pakal besó tu último suspiro,
antes de derramar todas sus lágrimas
al sellar esa entrada del sepulcro
que violaron los hombres con el tiempo.


Me despido de ti, mi reina amada,
mientras pienso en secretos que perviven,
flotando sobre el mundo de Palenque…


No sé cómo llamar a esos guardianes
que siguen junto a ti, celando un sueño.